MELODY. DIARIO DE UNA STRIPPER

MELODY. DIARIO DE UNA STRIPPER.

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Sylvie Rancourt, como tantas otras dibujantas y dibujantos, tenía un curro de mierda y usaba el cómic para contar su vida, como válvula de escape. En su caso era pionera, ya que en Canadá, allá por 1985, nadie dibujaba cómics autobiográficos y no había ninguna tía que autoeditara sus propios fanzines. El trabajo de mierda en cuestión consistía en bailar desnuda y servir birras y cubatas a los solitarios pelacañas que frecuentaban los locales de estriptis. Ella, entre baile y baile, vendía por las mesas sus tebeitos en los que hablaba de jefes, clientes, compañeras y de ella misma principalmente. A pesar de que se pasa medio tebeo en bolas y hay un nivel razonable de folleteo, no se trata para nada de un cómic erótico, no hay asomo de material masturbatorio sino, más bien, La fauna con la que trata no deja de ser curiosa en unas ocasiones, disoluta en otras, o directamente egoísta y rastrera con más frecuencia de la que cabría desear. Así y todo, Rancourt los retrata desde la inocencia y con una ausencia de juicio que ni un yogui tibetano comehierbas sería tan imparcial ante semejantes lerendas. Dibujos sencillos y medio infantiles que subrayan, por contraste, lo chungo y lo sórdido del asunto. El prólogo es de Chris Ware, lo cual no deja de ser una chuminada, pero conociendo al tipo ya te puedes hacer a la idea de que, dentro de sus peculiaridades, se trata de un tebeo top-jai-cualiti. Que estuviera nominada en el Festival de Angulema también da un poco ese tufo.